jueves, 30 de septiembre de 2010
JUAN VILLORO, FORWARD-KIOTO, TEXTOS DE CARTON 2010
Juan Villoro, México 1956.
Entre sus obras más representativas encontramos el libro de crónicas Tiempo transcurrido, SEP/CREA/FCE, 1986; de cuento, El mariscal de campo, La Máquina de Escribir, 1978; La noche navegable, Joaquín Mortiz, 1980; El cielo inferior, UAM-Iztapalapa, 1984; Albercas, Joaquín Mortiz, 1985 (otra edición de 1996); Palmeras de la brisa rápida, un viaje a Yucatán, Alianza, 1989 (otra edición de Alfaguara en 2000); La alcoba dormida, Caracas, Monte Ávila, 1992; Autopista sanguijuela, Alfaguara, 1998; La casa pierde, Alfaguara, 1999; de ensayo Los once de la tribu, Aguilar, 1995; Efectos personales, Era, 2000; de novela, El disparo de argón, Madrid, Alfaguara, 1991; Materia dispuesta, Alfaguara, 1997; de relatos infantiles, Las golosinas secretas, CIDCLI/Limusa, 1985; El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Alfaguara/CNCA, 1992 Baterista numeroso, Alfaguara de Bolsillo, 1997; de traducción, Engaños, cuentos de Arthur Schnitzler, FCE, 1985; El general, de Graham Greene, Memorias de un antisemita de Gregor von Rezzori, Anagrama, 1987; Aforismos, de Georg Christoph Lichtenberg, FCE, 1989. Los Culpables, libro que alcanzó el premio de narrativa Antonin Artaud en el 2008 .
Forward-Kioto
“Japón es un país sin mal rollo”, dijo Naomi: “cuando la gente se harta, no te hace daño: prefiere suicidarse”.
Recordé la frase en el jardín de arena. Naomi la dijo poco antes de que nos instaláramos en Kioto. Su promesa se había cumplido. Un país sin aristas, donde la lentitud era una elección mística y la norma una celeridad sin ruidos.
El Pabellón de Plata estaba en restauración; aun así era recorrido por escolares de uniforme. Lo mejor en ese momento era la lluvia, una lluvia delgada que no agotaba su fuerza y parecía capaz de caer durante semanas.
Necesitaba alejarme de los exámenes que debía corregir y de mi absurdo vicio de ver la lucha libre por televisión, pero sobre todo necesitaba un espacio alterno para pensar en la fotografía enviada por Rodríguez Chico. Dos años sin saber de él y de pronto aparecía en mi correo electrónico sin otro mensaje que una foto y un título: Pescaditos.
Me sorprendió que mi antiguo socio regresara de ese modo, a través de unos peces tirados en el suelo que parecían formar otro animal; sus siluetas encajaban como un puzzle: cada pescado podía ser una escama de una criatura gigante, un pez con demasiados ojos.
Fui al refrigerador. Saqué una cerveza. Me hizo bien ponérmela en la frente. Pensé que, a fin de cuentas, el correo electrónico es una marea donde se cuela cualquier cosa. Cuando me di de alta, una veloz respuesta automática me ofreció mujeres rusas. El océano virtual es así. Nada más lógico que Rodríguez Chico enviara pescaditos.
En la tarde decidí entrar al Pabellón de Plata. La casualidad me había llevado a esa orilla de Kioto y me gusta ver la arena bajo la lluvia. El promontorio que representa al Monte Fuji resistía el agua, como si estuviera hecho de una sustancia más firme. Me protegí bajo el tejado del templo. A lo lejos, los árboles se sumían en los vapores que suelen traer las lloviznas de primavera. Un jardinero barría el agua hacia un desagüe de bambú. Un olor agrio, a suave podredumbre, subía del suelo.
Las figuras de arena no parecían amenazadas sino alejadas por la lluvia. Como el resto de los visitantes, me había quitado los zapatos. Una gota escurrió del techo y dio en mi pie. Vi la mancha helada en el calcetín. La expresión no es incorrecta: sólo al verla sentí frío. Hay cosas que entendemos por los ojos.
Autor: Juan Villoro. Género: Narrativa. Páginas 30. Primera edición: 50 ejemplares. Setiembre 2010.
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