¿Ramonerías?
Los textos que conforman este libro son un homenaje a Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y ante todo a sus famosas greguerías, pequeñas revelaciones literarias (“burbujas”, dijo alguien) que según su autor eran el resultado de una mezcla de humor y metáfora poética.
De la Serna fue un escritor de lo breve. Publicó novelas hechas de fragmentos. Publicó libros de cuentos, como El doctor inverosímil, que no son sino una suma de textos breves en torno a un mismo personaje. Y escribió miles de greguerías como:
La ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte.
La medialuna pone la noche entre paréntesis.
Los perros nos enseñan la lengua como si nos hubiesen tomado por el médico.
En el río pasan ahogados todos los espejos del mundo.
A cada disparo recula el cañón como asustado por lo que acaba de hacer.
Lo que hace Gómez de la Serna con sus greguerías es despojar al aforismo de todo afán didáctico o moralizante (afán que, por ejemplo, hallamos en los pensamientos de Pascal) para echar una mirada perpleja y singular sobre las cosas, algo que los formalistas rusos no habrían vacilado en denominar “extrañamiento”. No se trata de lo que algunos entienden por “mirada adánica” (la mirada virgen de un Adán que ve las cosas por primera vez), sino más bien de una óptica que va más allá de las percepciones cristalizadas y que encuentra sobre todo correspondencias o analogías asombrosas entre objetos que eran a priori independientes o entre un objeto y determinada actividad humana. De allí que muchas veces en las greguerías las cosas adquieran vida: el cañón está como asustado por lo que acaba de hacer.
Ramón, como se llamaba a sí mismo y como le decían los españoles al mismo tiempo que estaba Juan Ramón (Jiménez), se reivindicó como el inventor de la “greguería”, aunque es innegable que tuvo por lo menos dos claros antecedentes, el francés Jules Renard y el alemán George C. Lichtenberg, y que si uno se pone a indagar termina hallando “ramonismos” tanto en los haikus japoneses como incluso en las viejas cartas de Cyrano de Bergerac donde se lee, por citar un caso, que “la hierba es el pelo de la tierra”.
Tampoco le faltaron discípulos y compañeros de ruta: desde los “areolitos” de Carlos Edmundo de Ory (“El viento es Dios que pasa bailando”) hasta los “ambages” de César Fernández Moreno (“Las orejas ponen a la nariz entre paréntesis”), por citar apenas dos nombres.
Este libro aspira, con ambiciosa modestia, a ser parte de esa familia. Fue escrito lentamente, a lo largo de muchos años, y no parece terminar aquí porque estas “ramonerías” pertenecen a una serie mayor. Una selección semejante había sido ya publicada en Francia (“Les Petits Miroirs”, versión bilingüe de Meet Editions), pero esta es su primera edición argentina y me gusta que sea a través de Textos de Cartón, proyecto al que le deseo lo mejor en estos tiempos en que “ser de cartón” equivale cada vez menos a la noción de rigidez y cada vez más al sano dinamismo de lo reciclable.
Eduardo Berti, marzo de 2010
1
El barómetro es un termómetro con título de nobleza.
2
Los que no van al médico son impacientes.
3
La espuma es la cerveza emborrachada de sí misma.
4
Un sonámbulo: un paseador de sueños.
5
Los carozos creen en la reencarnación.
6
Las cabezas de los fósforos sí que tienen ideas fogosas.
7
Los garabatos que hacemos mientras hablamos por teléfono son la taquigrafía de lo que no decimos
8
Un molino es un reloj donde el tiempo pasa volando.
9
Los bizcos sólo miran a los ojos a quienes tienen entre ceja y ceja.
10
El moño es una corbata envuelta para regalo.
Autor: Eduardo Berti. Género: (i). Páginas 38. Primera edición: 50 ejemplares. Marzo 2011. Lo podés conseguir en La Conjura de los necios, Ayacucho 306 Frente a la Plaza de La Intendencia, Córdoba
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