sábado, 17 de abril de 2010

MARIO BELLATIN, CANON PERPETUO, TEXTOS DE CARTON

Nuestra Mujer vivía en una zona donde la corrosión producida por la sal marina era muy fuerte. El efecto aparecía tanto en los aparatos eléctricos y en las sillas de verano puestas en los balcones como en la estructura general del edificio. La escalera de emergencia se había convertido en un montón de hierros retorcidos que los inquilinos decidieron poner frente al mar a manera de una gran escultura.

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Pocos meses atrás, Nuestra Mujer fue comisionada para hacer un reportaje a la esposa de cierto líder extranjero que visitaba el país. En una pausa de la entrevista, la esposa del líder salió por unos instantes de la suite del hotel donde se llevaba a cabo el reportaje. Nuestra Mujer no pudo reprimir entonces la tentación de guardar en su bolso un par de aretes que había sobre la mesa principal. A pesar de que los agentes de seguridad que acompañaban a la mujer del país extranjero notaron el hurto, Nuestra Mujer no fue molestada de inmediato. La esposa del líder volvió a la suite y la entrevista continuó con aparente normalidad. Pero las preguntas fueron disminuyendo en interés, pues Nuestra Mujer se distrajo eligiendo a la persona adecuada para regalarle los aretes acabados de robar. Fue recién cuando regresó a la Agencia de Noticias donde trabajaba que el bolso le fue arrebatado. Intentó ofrecer una explicación. Nadie quiso escucharla. Sólo el jefe inmediato le dirigió la palabra para ordenar que esperara en su domicilio la pena correspondiente. Nuestra Mujer aguardó algunos días sin recibir comunicación alguna. Luego intentó entrar en la Agencia de Noticias pero el portero se lo impidió. Decidió llamar por teléfono y una secretaria le informó que en el banco podría cobrar a fin de mes parte del sueldo. Tales hechos la obligaron a permanecer muchas horas acostada en la cama. Trató de salir lo menos posible y cada vez que iba por los víveres que repartían quincenalmente, pensaba que no tenía derecho a la cuota que le correspondía.

Una mañana cuando el teléfono sonó, a Nuestra Mujer le pareció estar oyendo un sonido inverosímil. Al contestar una voz desconocida comenzó a hablarle. Era una representante de la Casa a la que, supuestamente, Nuestra Mujer había hecho una solicitud para oír la voz de su infancia. El pedido había sido aceptado. La voz dijo que esa noche podía pasar por la Casa para oírse a sí misma. Frente al teléfono había un espejo de cuerpo entero. A Nuestra Mujer le llamó la atención el reflejo y empezó a observar su propia imagen. Estaba vestida con una bata de material sintético que ocultaba un cuerpo que comenzaba a declinar. Pensó que no debía alarmarse. Ya era tiempo de convivir con naturalidad con un físico en continuo deterioro. Delante del espejo, Nuestra Mujer recordó que no había tomado un baño en las últimas semanas. Una leve comezón tomó buena parte de su piel. Mientras tanto, la extraña voz en el teléfono hacía un recuento de los servicios que ofrecía la Casa. Informaba que tenían a disposición de los clientes muchas clases de voces. Las había de personajes históricos y de seres anónimos. También de santos y de asesinos. Nuestra Mujer tuvo la seguridad de nunca haber solicitado esos servicios. Pero ante la insistencia de la voz terminó creyendo en la veracidad del pedido. Apuntó en un papel la dirección y aseguró que en la noche acudiría sin falta. Decirlo le produjo un intenso calor, que curiosamente en los días anteriores no había percibido. Reparó en lo fuerte del verano. Salió del apartamento y bajó los seis pisos que la separaban del sótano. Caminó sobre los charcos de agua que se empozaban en el suelo y tocó la puerta de la presidenta de la comunidad vecinal para pedirle que pusiera en funcionamiento el motor de la cisterna.

2 comentarios:

  1. Que tal papá!!!, felicitaciones por al autor sumado a textos de carton!!!!!!


    un abrazo desde lima


    sevemos!!!

    el lucas¡

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  2. Como va ese viaje en moto, gracias por las palabras.

    saludos desde Neuquen

    Andrés

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